Este poeta, dramaturgo y novelista fue un gran conocedor de la realidad argentina a la que criticó con pesimismo. Trabajó como gerente de la editorial Sur y fue colaborador del diario La Nación tras realizar estudios de ingeniería y filosofía. Con fama de huraño y trato difícil veía la vida con una sensibilidad tan poco frecuente como entendible. A los 52 años su cuerpo sin vida se halló en su cuarto de baño, acompañado de un número considerable de botellas de vino.
Su propia mujer le dedicó la siguiente nota necrológica: "personaje absurdo, casi fuera de nuestra época, interesado por las ciencias esotéricas, dotado de una memoria prodigiosa y de una extraordinaria cultura. Por señales para otros inadvertidas logra captar la realidad que lo circunda con admirable exactitud".
LA EVOLUCIÓN DEL TRABAJO
Las técnicas de trabajo oficinesco concluyeron por simplificarse radicalmente.
....En cualquiera de las múltiples empresas la labor comenzaba con la entrega de una pértiga de hierro a cada empleado. La longitud de tales instrumentos difería entre uno y seis metros, pero todos se hallaban rematados por un filoso gancho. Pértiga en mano, los trabajadores pasaban al recinto que tenían asignado: a veces era de proporciones corrientes; otras, muy extenso y de techo incómodamente bajo; otras, alto de diez metros, pero estrechos en exceso. No resultaba infrecuente que a empleados con pértigas de cinco metros se les indicase un recinto con tres de alto. Pero esto no constituía una norma; era sólo consecuencia del principio de que no había que tomar nada como garantía de nada. De igual suerte, pese a que cada uno era sometido a minuciosa revisión médica, no extrañaba que al cardíaco se le encomendasen las tareas más pesadas, y viceversa. Y como había recintos que reproducían el sofocante calor de los trópicos, podían pasar a ellos sin transición individuos procedentes de divisiones con temperaturas polares, etc.
.... Pero nadie veía ya en ello crueldad o desidia, sino, por el contrario, el deseo de permitir que se manifestase libremente ese azar que rige la vida y templa a los hombres. En su recinto, cada trabajador contaba con un puesto fijo, que no podía cambiar salvo con órdenes expresas. Los puestos no estaban sólo en tierra: los había también en el aire, en pequeñas plataformas colgantes, a alturas diversas.
.... El personal ubicado, comenzaba la tarea. Consistía en tomar objetos de una pila y formar con ellos otra. La tarea se cumplía mediante las pértigas y, si bien hubiera podido suponerse que la misión de quienes estaban en lo alto radicaba en vigilar, en verdad todos trabajaban. Los objetos eran atrapados con la pértiga, pero tal operación debía ejecutarse con cautela, pues cierta variedad de ellos consistía en pequeñas sacas de aserrín, el cual, al escurrirse por los tajos, hacía que los objetos resultasen después prácticamente inaferrables. Por lo demás, en teoría, no existían razones para que el trabajo se interrumpiese, dado que una vez que se levantaba una pila se podía deshacer para alzar otra. Sin embargo, tampoco había reglas que dispusieran que la tarea fuese continuada. De hecho, no se interrumpía más que cuando se detenían todos, pues había que cuidarse de las pértigas de los otros, contra los cuales la única defensa era el movimiento de la propia pértiga.
.... Si el trabajo se interrumpía, los empleados por lo común descansaban, pero en ocasiones solían entregarse al juego de dados y a vaces también entonaban himnos con voz atronadora. La oscilación de una pértiga bastaba para acabar con el recreo.
.... Naturalmente, se producía cada día cierto número de heridos, de gravedad variable, no sólo porque ello era inevitable en una labor con tales instrumentos, sino también porque el traslado de objetos era utilizado sin más para atacar a alguien. Pues aunque su puesto vacante no significaba para nadie la certidumbre de ser llamado para llenarlo (situación que tampoco hubiese deparado ventajas), se consideraba que toda disminución del número de personas en un recinto representaba mayor seguridad.
.... Los más atacados,fuera de duda, eran los que se hallaban arriba, en los puestos colgantes, a quienes supersticiosamente se les atribuía una condición de superioridad.Y como caer equivalía a perder el lugar, éstos se defendían con apasionamiento conmovedor de esa desgracia.
.... Yo he visto a uno de ellos, a unos tres metros de altura, con una pértiga que le entraba por la espalda y le salía por el pecho, manando sangre, pero aferrándose aún a su plataforma: daba grandes gritos, aunque apenas se oían debido a la música funcional que acompañaba siempre las tareas.
.... El número de bajas, por otro lado,no podía preocupar a las empresa, porque el trabajo verdadero era cumplido por una máquina pequeña, del tamaño de una caja de zapatos, que no requerías supervisiones ni se descomponía jamás.
(Nota biográfica y relato extraídos de Suicidas - Antología- publicado por narrativa Opera Prima).
LA EVOLUCIÓN DEL TRABAJO
Las técnicas de trabajo oficinesco concluyeron por simplificarse radicalmente.
....En cualquiera de las múltiples empresas la labor comenzaba con la entrega de una pértiga de hierro a cada empleado. La longitud de tales instrumentos difería entre uno y seis metros, pero todos se hallaban rematados por un filoso gancho. Pértiga en mano, los trabajadores pasaban al recinto que tenían asignado: a veces era de proporciones corrientes; otras, muy extenso y de techo incómodamente bajo; otras, alto de diez metros, pero estrechos en exceso. No resultaba infrecuente que a empleados con pértigas de cinco metros se les indicase un recinto con tres de alto. Pero esto no constituía una norma; era sólo consecuencia del principio de que no había que tomar nada como garantía de nada. De igual suerte, pese a que cada uno era sometido a minuciosa revisión médica, no extrañaba que al cardíaco se le encomendasen las tareas más pesadas, y viceversa. Y como había recintos que reproducían el sofocante calor de los trópicos, podían pasar a ellos sin transición individuos procedentes de divisiones con temperaturas polares, etc.
.... Pero nadie veía ya en ello crueldad o desidia, sino, por el contrario, el deseo de permitir que se manifestase libremente ese azar que rige la vida y templa a los hombres. En su recinto, cada trabajador contaba con un puesto fijo, que no podía cambiar salvo con órdenes expresas. Los puestos no estaban sólo en tierra: los había también en el aire, en pequeñas plataformas colgantes, a alturas diversas.
.... El personal ubicado, comenzaba la tarea. Consistía en tomar objetos de una pila y formar con ellos otra. La tarea se cumplía mediante las pértigas y, si bien hubiera podido suponerse que la misión de quienes estaban en lo alto radicaba en vigilar, en verdad todos trabajaban. Los objetos eran atrapados con la pértiga, pero tal operación debía ejecutarse con cautela, pues cierta variedad de ellos consistía en pequeñas sacas de aserrín, el cual, al escurrirse por los tajos, hacía que los objetos resultasen después prácticamente inaferrables. Por lo demás, en teoría, no existían razones para que el trabajo se interrumpiese, dado que una vez que se levantaba una pila se podía deshacer para alzar otra. Sin embargo, tampoco había reglas que dispusieran que la tarea fuese continuada. De hecho, no se interrumpía más que cuando se detenían todos, pues había que cuidarse de las pértigas de los otros, contra los cuales la única defensa era el movimiento de la propia pértiga.
.... Si el trabajo se interrumpía, los empleados por lo común descansaban, pero en ocasiones solían entregarse al juego de dados y a vaces también entonaban himnos con voz atronadora. La oscilación de una pértiga bastaba para acabar con el recreo.
.... Naturalmente, se producía cada día cierto número de heridos, de gravedad variable, no sólo porque ello era inevitable en una labor con tales instrumentos, sino también porque el traslado de objetos era utilizado sin más para atacar a alguien. Pues aunque su puesto vacante no significaba para nadie la certidumbre de ser llamado para llenarlo (situación que tampoco hubiese deparado ventajas), se consideraba que toda disminución del número de personas en un recinto representaba mayor seguridad.
.... Los más atacados,fuera de duda, eran los que se hallaban arriba, en los puestos colgantes, a quienes supersticiosamente se les atribuía una condición de superioridad.Y como caer equivalía a perder el lugar, éstos se defendían con apasionamiento conmovedor de esa desgracia.
.... Yo he visto a uno de ellos, a unos tres metros de altura, con una pértiga que le entraba por la espalda y le salía por el pecho, manando sangre, pero aferrándose aún a su plataforma: daba grandes gritos, aunque apenas se oían debido a la música funcional que acompañaba siempre las tareas.
.... El número de bajas, por otro lado,no podía preocupar a las empresa, porque el trabajo verdadero era cumplido por una máquina pequeña, del tamaño de una caja de zapatos, que no requerías supervisiones ni se descomponía jamás.
(Nota biográfica y relato extraídos de Suicidas - Antología- publicado por narrativa Opera Prima).
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