Aquí os ofrezco el primer capítulo del libro de Günter Grass - Mi siglo- para que se os vaya haciendo la boca agua. El texto lo he recogido de la edición de Alfaguara y quien lo traduce es Miguel Sáenz. Un libro para deglutir: ¡buen provecho!
1900
..........Yo, intercambiado conmigo, estuve presente año tras año. No siempre en primera línea, porque, como allí había guerra todo el tiempo, nos gustaba quedarnos en retaguardia. Al principio,sin embargo, cuando fuimos contra los chinos y nuestro batallón desfiló por Bremerhaven, yo iba en cabeza,en la columna de en medio. Voluntarios eran casi todos, pero de Straubing me había presentado yo sólo, aunque estaba prometido con Resi, mi Therese, desde hacía poco.
..........Con vistas al embarque, teníamos a la espalda el oficio de ultramar de la Lloyd de la Alemania del Norte y el sol en los ojos. Ante nosotros, sobre un alto estrado, el Káiser habló, fráncamente intrépido, por encima de nuestras cabezas. Contra el sol sólo nos protegían unos sombreros nuevos de ala ancha llamados "Suroccidentales". Estábamos guapísimos. El Káiser, sin embargo, llevaba un casco especial, con el águila resplandeciente sobre fondo azul. Habló de grandes tareas, del enemigo cruel. Su discurso arrebataba. Dijo: "Cuando lleguéis, sabed que no habrá cuartel, que no se harán prisioneros..." Luego habló de Eztel, Atila, y de sus hordas de hunos. Elogió a los hunos, aunque causaron estragos bastante horribles. Por eso los socialdemócratas publicaron luego insolentes "cartas de hunos", calumniando al Káiser deplorablemente por su discurso. Al concluir, nos dio una consigna para China: "¡Abrid para siempre el camino a la cultura!". Nosotros lanzamos tres hurras.
..........Para mí,que vengo de la Baja Baviera, aquella larga travesía fue espantosa. Cuando por fin llegamos a Tientsin, todos estaban allí: británicos, americanos, rusos, hasta japoneses auténticos y contigentes reducidos de países pequeños. Los británicos eran en realidad indios. Nosotros éramos pocos al principio, pero por suerte disponíamos de los nuevos cañones de tiro rápido de Krupp. Y los americanos probaron sus ametralladoras Maxim, un verdadero engendro del diablo. Así que Pequín fue rápidamente tomado por asalto. Porque cuando nuestra compañía entró, todo parecía haber terminado ya, lo que era de lamentar. Sin embargo, algunos boxers no paraban. Los llamaban así porque, a escondidas, eran de una sociedad, los Tatauhuei, en nuestro idioma "los que luchan con los puños". Por eso hablaron, primero los ingleses y luego todo el mundo, de la rebelión de los boxers, de los boxeadores. Los boxers odiaban a los extranjeros porque los extranjeros vendían a los chinos toda clase de cosas: los británicos, sobre todo, opio. Y así ocurrió lo que había mandado el Káiser: no se hicieron prisioneros.
..........Por razones de orden, habían reunido a los boxers en la plaza de Chienmen, delante mismo del muro que separa la ciudad manchú de la parte habitual de Pequín. Tenían las cosas atadas entre sí, lo que hacía un efecto cómico. Entonces los fueron fusilando en grupos o decapitando uno a uno. Sin embargo, de la parte horrible no escribí a mi novia ni pío, sólo de los huevos de cien años y los dumplings al vapor al estilo chino. Los británicos y nosotros, los alemanes, preferíamos acabar pronto con el fusil, mientras que los japoneses, en las decapitaciones, seguían su tradición venerable. Sin embargo, los boxers preferían que los fusilaran, porque tenían miedo de andar luego en el Infierno con la cabeza bajo el brazo. Por lo demás, no tenían miedo. Vi a uno que, antes de que lo fusilaran, se estaba comiendo glotonamente un pastelillo de arroz empapado en almíbar.
..........En la plaza de Chienmen soplaba un viento que venía del desierto y levantaba sin cesar nubes de polvo amarillas. Todo era amarillo, también nosotros. Se lo escribí a mi novia y metí un poco de arena del desierto en el sobre. Sin embargo, como los verdugos japoneses cortaban la coleta a los boxers, que eran mozos muy jóvenes,como nosotros,para poder dar el tajo limpio, a menudo había en la plaza un montoncito de coletas chinas. Me llevé una y la envié a casa como recuerdo. De vuelta a la patria, me la ponía en Carnavales, con regocijo general, hasta que mi novia quemó el souvenir, "Esas cosas traen fantasmas a casa", dijo Resi dos días antes de nuestra boda.
..........Pero eso es ya otra historia.
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